JOAQUÍN DÍAZ GONZÁLEZ
En algún momento antes de que todo estocomenzara , mi padre me había pedido un día, cuando me encontraba arreglando eldespacho que había sido suyo hasta ese momento para ocuparlo con mis cosas, quequemara algunas de sus carpetas con cartas. La petición me sorprendió,principalmente porque siempre había sido muy ordenado y cuidadoso con suspapeles, pero me animó a mirar el contenido de aquellos cartapacios que hastaentonces me habían provocado un cierto rechazo al no haber conocido a fondo alos protagonistas de los hechos que encerraban. O casi: a mi abuelo Nicanor elpadre de mi padre le traté muy poco, ya viejo y cansado, y a mi tío Paco hermanode mi padre le vi en tres o cuatro ocasiones y siempre bajo la vigilanciaatenta de nuestra madre que parecía empeñada en no dejarnos solos con aqueladvenedizo, extraño a nuestro entorno, que sin embargo se nos antojaba tanlocuaz, tan simpático y tan novedoso en la aburrida cotidianeidad de colegiocasa-casa colegio. Solo años más tarde, cuando volví a abrir aquellas carpetasque habían adquirido una vetusta apariencia con el transcurso del tiempo, me dicuenta de la magnitud de la tragedia...