CAPO BARATTA, NICOLÁS
La humanidad, ante tan tremendo estado patológico, cada día más complicado, no debe extrañarse de que nazcan los terapeutas como hongos. No
sería lamentable el que hubiera muchos émulos de Hipócrates si estos
fueran puros, verdaderos sacerdotes del cuerpo, actuando con una
conciencia superior a toda prueba, en una palabra, si fueran continuadores
de la obra del gran padres de la medicina; pero no, en ese sentido hay
mucho que desear, no es extraño que en ciertos detalles, como en el asunto
que nos ocupa ahora, nos sea difícil atar cabos, como vulgarmente se dice.
Mucho se ha dicho y escrito en el campo de la dieta medicinal sobre estos
dos clásicos productos de nuestra huerta europea: la cebolla y el limón.
Clasificándolos, unos, entre los que se deben desterrar de la mesa, van tan
equivocados por ese camino como el que, en vez de curarse y regenerar
sangre y tejidos con el naturismo, lo quiere hacer con drogas, medicinas o
inyecciones, y toma productos de efectos medicinales más tóxicos.
El limón cura porque es la quintaesencia de la revolución química del
reino frutal adaptado al aparato digestivo humano y su linfa es perfectamente asimilable por nuestras glándulas y naturalmente penetrable en lo
más íntimo de nuestras células y hace en ellas este maravilloso efecto
purificador, es el remedio heroico y único por excelencia, ya que los otros
frutos ácidos no tienen la intensidad de alcalinidad del limón. ¡Evitad
vuestras enfermedades tomando limón!