RAFAEL MUÑOA GIBELLO
Algunos lectores de mi relato Entre la luz y la oscuridad han encontrado en él cierta analogía con La Caverna de Platón. Yo, por el contrario, resaltaría en todo caso las diferencias entre ambos escritores. Pero hablando de tales relatos debo añadir otra diferencia. En La Caverna Platón determina la personalidad del humano conforme a su hábitat y tradiciones, puesto que diferir de la especie supondría la marginación o la muerte. Este determinismo, en cierto modo muy presente en la filosofía platónica, está dado en La Caverna por la oscuridad. Para los prisioneros allí no existe más mundo que la ardiente oscuridad. Renunciar a ella, a la costumbre, es impensable. Salir a la luz del día (arrostrar la exigente progresión de la verdad) hiere los ojos y da miedo.
Hace mucho escribí Entre la luz y la oscuridad sin haber leído La Caverna. Y encendí la oscuridad con la luz que redime al ser humano de su ocultación y de la verdad de su ser, tal y como es la propuesta última del Bien de Platón en su alegoría. Y en cierto modo en su política. Pues en política, como en la literatura, los relatos avanzan con el desarrollo empírico de sus autores o de sus personajes y, la mayoría de las veces, tienen su correlación con la vida según su descripción ambiental, bien sea en la oscuridad bien en la claridad. Es decir, bien sea en los regímenes